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Patrimonio e identidad (88). Testimonios de una religiosidad perdida

18/11/2024

Publicado en

Diario de Navarra

Ricardo Fernández Gracia |

Cátedra de Patrimonio y Arte Navarro

Ex voto es una expresión latina que significa cumplimiento de un voto ofrecido a una divinidad o ser sobrenatural, en agradecimiento por algún favor recibido en virtud de una promesa y en un lenguaje de intercambio simbólico con lo supraterreno.

Al igual que con los exvotos pintados, a los que dedicamos una monografía el año pasado (Cátedra de Patrimonio y Arte Navarro, 2023), existen algunos de otros tipos, de difícil clasificación, entre los que destacan figurillas, piernas, brazos, ojos, armas, muletas y otros objetos. Los que se han conservado son unos auténticos testimonios de una religiosidad perdida. En el recuerdo de los agraciados y beneficiados cabían los objetos más dispares. Naturalmente, fueron los grandes santuarios los que atesoraron más piezas de este tipo.

Consta por diferentes testimonios la desaparición de exvotos pintados y de otro género. En Ujué es el padre Clavería el que nos informa en su monografía de 1919, que de las paredes del santuario pendían diversos exvotos, que daban fe de los favores alcanzados por intercesión de la Virgen en numerosos devotos. Todos ellos habrían sido eliminados por decisión del párroco Guillermo Lacunza, que lo fue hasta 1885.

Batallas, leyendas y en diversos santuarios

Las propias cadenas del escudo de Navarra, que la tradición filiaba con las de las Navas de Tolosa que Sancho el Fuerte arrancó del palenque de Miramamolín, se mostraron como verdadero exvoto en distintas partes del Reino, singularmente en la colegiata de Roncesvalles y la catedral de Tudela, en donde aún figuran en el retablo mayor.

En Roncesvalles se mostraban en un lugar especial de la capilla mayor las cornetas de marfil, la mayor de Roldán y la menor de Oliberos. Junto a ellas sendas mazas, la espada Durindana de Roldán “que en estos tiempos la tiene el rey de España en su armería real”, según el subprior Huarte, y el estribo del arzobispo Turpin. Al decir del citado Huarte, a comienzos del siglo XVII, aquellos objetos eran visitados por caballeros franceses, embajadores y otras personas de rango que “las hacen bajar y las veneran besándolas, y he visto llorar de ternura a algunos por la sola memoria y representación de cosas tan insignes y tan antiguas”.

En la santa capilla de Javier, verdadero camarín de imágenes, recuerdos e iconografía, no debieron faltar los exvotos de milagros hechos por el santo. Como testimonio de ellos, se han conservado unos ojos de plata y una pequeña lengua maciza del mismo material, con su particular historia, ligada a un pariente del mencionado don Antonio Idiáquez, que recuperó el habla por gracia especial, a través de las oraciones elevadas al patrón de Navarra. Con tal motivo, el 25 de septiembre de 1766 ingresaron en la cofradía del santo, radicada en Javier, don Joaquín de Arteaga y Vozmediano, marqués de Valmediano, residente en Guipúzcoa, su mujer doña Micaela de Idiáquez, hija del conde don Antonio Idiáquez, sus siete hijos y un sobrino. En la lengua de plata encontramos una inscripción que reza: “Al Gran Xr Un Ynnoce Mudo Por el don de lengua”.

Célebres santuarios presentan también exvotos, como las muletas del Cristo de Aibar, el arca de santa Felicia en Labiano, o los milagros del Cristo de Olite, colgados en 1773 y hoy, tristemente, desaparecidos. Iribarren recuerda el corazón de Carlos II en Ujué, las cadenas que arrastró en expiación de su parricidio don Teodosio, en Aralar, el arca de hierro y la cadena de grillos del milagro de la liberación del cautivo en 1468.

La maqueta de un navío en Roncesvalles de 1745

En la colegiata de Roncesvalles, sabemos, por Javier de Ibarra, que en las cuentas de 1745 se encuentra una partida en la que el canónigo hospitalero anotó lo siguiente: “Sesenta reales gastados en los jornales y refrescos a los hombres que desde Usúrbil, trajeron en hombros el navío corsario que don Manuel de Aizpurúa, vecino de Usúrbil, constructor de navíos, ha dedicado y regalado a la Iglesia de esta Real Casa en atención a los especiales favores que reconoce deber a Nuestra Señora de Roncesvalles, por haberle salido siempre bien las fábricas de navíos, hechas con los materiales comprados a Roncesvalles, en los montes de su propiedad, llamados Iria y Andara. Y admitido por el cabildo, con su orden, se ha colocado en la Iglesia, para recuerdo y memoria de los favores debidos a semejante protectora”. Los montes citados están junto a la dicha localidad guipuzcoana de Usúrbil y Manuel de Aizpurúa destacó como uno de los grandes constructores de navíos y capitán de Maestranza interino de Guipúzcoa desde 1760. Trabajó para la Real Compañía Guipuzcoana de Caracas entre 1761 y 1779. Por lo demás, la documentación confirma la costumbre que en el País Vasco había de enviar este tipo de exvotos y así se confirma en grandes santuarios, como Nuestra Señora de Itziar de Deva, Arrate de Eibar, Santo Cristo de Lezo o Santa Cruz de Motrico, entre otros.

La recia maroma en Zuberoa

Al tratar de la construcción de la ermita roncalesa de Nuestra Señora de Zuberoa en Garde, afirma Javier Gárriz en su monografía que en el patrocinio de la misma destacó don Felipe de Atocha y Maisterra, nacido en Garde el 30 de abril de 1612 y fallecido en San Sebastián en 1668. Según el mismo autor en uno de los viajes del mencionado por el mar, “bien fuese al volver de las Indias, a donde debió ir como otros parientes en busca de fama y de fortuna, navegando con barcos propios, o tal vez de vuelta de Nápoles, donde los dueños del palacio de Atocha tenían propiedades, saliéronle al encuentro unos piratas que, intentando robarle cuanto llevaba, comenzaron a disparar contra sus barcos crecida lluvia de balas. Entonces él, movido de su gran devoción a Nuestra Señora de Zuberoa, le ofreció, si salía libre de aquel angustioso trance, la mitad del caudal que allí llevaba; por lo cual, habiendo logrado escapar con vida de aquel inminente peligro, gracias a la protección tan visible de la Santísima Virgen, tan pronto como llegó a casa, cumplió fielmente su promesa. Y como para aquella fecha estaría tal vez la primitiva basílica en mal estado …, no pudo darse mejor empleo a aquel cuantioso donativo que edificando de nueva planta la hermosa basílica”.

Como perenne testimonio del resultado tan feliz que tuvo aquella peligrosa aventura, colocó el citado señor Atocha un exvoto, que actualmente cuelga de la pared del lado del Evangelio, y consiste en una muy recia maroma, que parece haber servido de amarra de barco, en la cual se halla incrustada una bala de cañón de regular calibre”.

Banderas

No faltan en catedrales y templos banderas de instituciones, singularmente militares. En el santuario de Musquilda de Ochagavía se conservaba en 1775 una bandera muy ajada de los caballeros de Malta, que según la leyenda habría ofrecido Carlos de Lizarazu a comienzos del siglo XVII, tras haber invocado a la Virgen ante un gran peligro en una batalla naval con la flota turca. En la catedral de Pamplona se conservaron hasta 1926, a ambos lados de la Virgen de las Buenas Nuevas, otras dos banderas que ha estudiado Alejandro Aranda, una con la cruz de Borgoña del Regimiento de Línea de Valençai (1815-1818) y otra con el collar del Toisón de Oro, perteneciente a la coronela del 2º Batallón Ligero de Voluntarios de Cataluña (1812-1815. Ambas se conservan en el Museo del Ejército. En 1832 el Regimiento de Zaragoza ofreció sus viejas banderas, que se colocaron precisamente en el pilar del crucero de la nave mayor, frente al altar de San Gregorio.

Grillos y panoplias con armas

Iribarren da noticia de otros exvotos. Entre ellos, la cadena con grillos abiertos de la capilla del Santo Cristo de Peña, que perteneció a un cautivo de Orán que se vio libre de piernas y manos, tras invocar al Cristo; la llave de la fortaleza de Pomblin en Milán, que trajo a la catedral de Tudela don Carlos de Eza, en 1545, o la campana de 1860 del Villar de Corella, fundida con el bronce de un cañón en la toma de Tetuán.

La panoplia de navajas, pistolones y trabucos de San Martín de Unx, recuerdan la entrega por varios vecinos pendencieros a raíz de una misión de fines del siglo XIX. El hecho hay que ponerlo en relación con una tradición en la que los misioneros insistían, como el mismísimo padre Pedro de Calatayud que, en 1731, en una predicación en su Tafalla natal a la que acudieron gentes de más de cincuenta pueblos, se recogieron una enorme cantidad de espadas, puñales, dagas, cacheteros, pistolas, trabucos, e incluso guitarras. Con todos aquellos objetos, el ayuntamiento de la ciudad decidió confeccionar un gran trofeo “como muestra elocuente del fruto obtenido en la misión”.

Una llave, un candil, una esquila y una campana

La llave de la fortaleza de Pomblin en Milán que luce colgada, a modo de exvoto, en la catedral de la capital de la Ribera. El gobernador de aquel castillo, Carlos de Eza, la trajo en 1545 como recuerdo de la defensa que había protagonizado de aquel lugar y la hizo colgar en el arco de su capilla de San Juan de la entonces colegiata de su Tudela natal.

Del candil de la ermita de Santa Quiteria de Tudela, recuerda el ilustrado Juan Antonio Fernández lo siguiente: “En 1693 María Clara Arróniz y Marsellá, de 24 años de edad, estando en la cama a deshora de la noche, fue insultada (acometida) de una rabia tan vehemente que tomando un candil encendido y haciendo un aire muy recio, llevada de la fervorosa devoción que tenía a santa Quiteria, se halló a la puerta de la ermita, y sin notar persona que la abriese, ni apagarse el candil, pudo entrar y hacer oración a la santa para que la librase de aquel furor, y en memoria de este prodigioso hecho se conserva allí ese objeto”.

José María Iribarren se hace eco de la historia de la esquila o campanilla de la ermita de la Virgen de Castejón, recogiendo el relato de la obra del padre José María Castillo, según la cual aquella imagen se apareció en un espino, cual rosa y vestida a lo serrano y con abarcas, la cual “tenía ganadería propia, compuesta de las vacas ofrecidas por los devotos. Y habiendo un pastor robado la campanilla de la vaca que guiaba a otra vaca suya, va y ¿qué hizo aquélla? Entró en el mismo día de la fiesta en el templo, y adelantándose al altar mayor, tiró la campanilla robada que aún se conserva, y se volvió al campo sin hacer daño a nadie”. Pese a incluir este relato el mencionado padre Castillo, en el capítulo titulado “Navarra por Santa María o Apóstoles y Cruceros”, no creemos que ese relato se refiera a la localidad de Castejón de Navarra.

Junto al santuario de Nuestra Señora del Villar de Corella, se encuentra una campana fundida y datada en 1869, con el cañón capturado en Tetuán por el general Joaquín Morales de Rada y el capitán de artillería Gaspar Goñi.