17/07/2025
Publicado en
ABC
Alfonso Vara Miguel |
Profesor de la Facultad de Comunicación y director del Digital News Report España
Para que el periodismo siga siendo un pilar robusto de la democracia, es imperativo que los medios refuercen su compromiso con la independencia, la ética y la calidad
El periodismo es un bien público esencial. Su debilidad es la debilidad de la democracia. En un entorno donde la desinformación es una herramienta política y los algoritmos moldean nuestra percepción de la realidad, las empresas informativas tienen la oportunidad y la responsabilidad de reafirmar su rol como centinela de los poderes públicos, garante de la verdad y como espacio para el debate informado. Es un camino arduo, pero necesario, para asegurar que la democracia española siga siendo un espacio de ciudadanía crítica y participativa.
Como se ha demostrado en las últimas semanas, lejos de ser un mero observador, el periodismo es un actor fundamental para preservar la salud democrática de cualquier país. Así lo revela el reciente informe 'Digital News Report España 2025', que hemos publicado investigadores de la Facultad de Comunicación de la Universidad de Navarra, en colaboración con el Reuters Institute for the Study of Journalism de la Universidad de Oxford. La paradoja que revela el informe de este año es elocuente: a pesar de la creciente polarización y la palpable desconfianza en el ecosistema informativo, una abrumadora mayoría de los españoles (75 por ciento) reconoce la contribución del periodismo a la democracia. Esta cifra es un respaldo ciudadano a la función de informar, vigilar al poder y facilitar el debate público. Incluso en un entorno de polarización y trincheras políticas, persiste en el imaginario colectivo de los españoles la percepción esperanzadora de que sin periodismo independiente la democracia estaría coja. Las marcas periodísticas, desde los diarios nacionales hasta las televisiones o los nuevos diarios nativos digitales, se revelan como referentes clave, especialmente para aquellos ciudadanos más informados y críticos. A pesar de sus debilidades, la sociedad española valora la labor periodística cuando se ejerce con rigor, compromiso e independencia.
Sin embargo, esta luz se proyecta sobre sombras preocupantes. El informe señala con contundencia que los políticos, tanto nacionales (57 por ciento) como extranjeros (45 por ciento), son percibidos como la principal fuente de desinformación. Estas cifras, que sitúan a España por encima de la media de los 48 países participantes en el estudio, son un toque de atención severo. Es doloroso reconocer que aquellos que deberían ser fuente de información veraz para la ciudadanía son valorados ahora como las mayores amenazas. Los políticos suelen salir mal parados en las encuestas de confianza, pero que se les considere el principal origen de los bulos es un síntoma de degradación del debate público. Debemos exigir responsabilidad a los representantes políticos: sus declaraciones tienen consecuencias, y sus mentiras –por omisión o comisión– hacen mella en la sociedad. También los partidos deben reflexionar: a corto plazo les puede proporcionar beneficios polarizar o intoxicar el relato, pero a largo plazo esas prácticas erosionan la democracia que ellos mismos representan.
La estrategia de desprestigio hacia los medios por parte de ciertos actores políticos –desde la lejana acusación de casta, hasta la más reciente máquina del fango, pasando por el esto no lo verás en los medios– no solo debilita al periodismo y socava los cimientos mismos de la democracia, sino que es radicalmente falsa: todos los días se publican en nuestro país excelentes páginas de buen periodismo. Estas campañas sistemáticas de desprestigio contra los medios de comunicación y la inclusión de las 'fake news' en la agenda política buscan erosionar su credibilidad ante la opinión pública. Esta estrategia, sumada a la precariedad económica del sector, los debilita y facilita los abusos de poder y la acción política sin la debida fiscalización.
La desinformación, lejos de ser un fenómeno marginal, es una preocupación central para el 69 por ciento de los encuestados en España, una cifra que nos sitúa en la novena posición de los 48 países analizados. Esta inquietud se ha incrementado por la rapidez con la que las nuevas tecnologías, incluida la inteligencia artificial, pueden generar y difundir contenidos falsos. En este contexto, el periodismo emerge como un dique fundamental: la prensa se consolida como el mecanismo preferido por los españoles para verificar bulos, lo que subraya su responsabilidad ineludible en la construcción de un relato veraz y honesto, a pesar de las presiones y los ataques.
Además, los datos del informe muestran que cuando la gente utiliza buscadores o redes sociales para verificar bulos, tiende a fijarse en los resultados que provienen de medios informativos –un 36 por ciento de quienes usan Google, por ejemplo, hace caso principalmente a contenidos de periodistas; y un 50 por ciento de quienes se informan a través de las redes sociales atiende sobre todo a lo publicado por medios o periodistas–. Estos datos me parecen cruciales: la legitimidad de los medios de información en democracia está estrechamente vinculada a su confianza. Si el periodismo conserva su credibilidad, seguirá siendo la referencia que la gente busca en medio del ruido. Si la pierde, quedará al mismo nivel que cualquier 'influencer' que propague teorías sin fundamento. Por eso, me permito ser muy claro en este punto: la lucha contra la desinformación pasa ineludiblemente por fortalecer el periodismo profesional.
El desafío actual del periodismo no se limita a combatir los bulos, va más allá. Implica reconectar con una ciudadanía que, aunque escéptica, sigue necesitando información fiable para navegar en la complejidad del mundo. La evasión informativa, especialmente extendida entre los jóvenes y extremos ideológicos, es un síntoma de la fatiga y la desafección de los ciudadanos hacia las noticias. Lejos de tirar la toalla ante esta apatía, muchos medios están adaptándose para llevar la información a donde está la audiencia, en los formatos que esta prefiere, y ofreciendo nuevos temas más cercanos y relevantes. Eso no implica trivializar ni infantilizar a los ciudadanos –se puede hacer periodismo riguroso en Instagram–, sino evolucionar sin perder la esencia. Por el contrario, reducir la dieta informativa a unas pocas marcas o caer en la trampa de la personalización algorítmica extrema puede conducir a una sociedad menos informada y menos capaz de tomar decisiones democráticas fundamentadas.
Por último, para que el periodismo siga siendo un pilar robusto de la democracia, es imperativo que los medios refuercen su compromiso con la independencia, la ética y la calidad. Esto implica una inversión en las empresas informativas y un afán por captar y retener el talento de los profesionales de la información. También requiere una autocrítica constante y una mayor transparencia para reconstruir la confianza perdida. La sociedad, por su parte, debe reconocer y defender el valor del periodismo de calidad, exigir rigor y pluralidad, y resistir la tentación de consumir información que solo refuerza sus sesgos.