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Patrimonio e identidad (89). Imágenes del Niño Jesús en Navarra

16/12/2024

Publicado en

Diario de Navarra

Ricardo Fernández Gracia |

Cátedra de Patrimonio y Arte Navarro Universidad de Navarra

El culto y la piedad popular al Divino Infante en siglos pasados, constituyó un hecho histórico y a la vez sociológico. Sus imágenes en diferentes ámbitos, con otras tantas técnicas trascendieron lo estrictamente religioso para encuadrarse en una dimensión más amplia: la cultural. Los oratorios e incluso salones de las casas con posibilidades contaban con una de sus imágenes y las cofradías del Dulce Nombre divulgaron su culto en conventos de dominicos y jesuitas, mientras algunas localidades como Ablitas y Añorbe contaron con fiestas muy especiales y otras hasta con un retablo de su advocación, como Huarte Pamplona.

Fue en el siglo XVI, el siglo del Humanismo, tras la Edad Media en que se insistía en temas como el temor, la exaltación o el bien morir, cuando desde planteamientos diferentes, el frío Erasmo, el entusiasta Lutero o la mística Teresa de Jesús, coinciden en el punto de llegada: la vivencia cristológica. La celebración de la fiesta del Dulce Nombre se celebró secularmente en la octava de la Navidad, cuando se le impuso como nombre Jesús. Hasta entonces, en la Anunciación era el Hijo de Dios y en su Nacimiento Cristo.

A lo largo del siglo XVII, sus imágenes se multiplicaron para ser contempladas y veneradas, meditando sobre la humanidad de Cristo, presentándolo en un alto porcentaje de casos, totalmente desnudo y como figura exenta. A lo largo del periodo postridentino, se pueden señalar numerosas causas en el éxito de aquella iconografía: el fervor católico, atraído por los temas más familiares y cercanos, así como el caso de muchos santos canonizados en aquellos momentos, que destacaron por su particular devoción al Divino Infante. Por lo general, suele bendecir con la mano derecha, mientras que con la izquierda sostiene el orbe o esfera terrestre que habla del poder infinito que llega a todo

En las clausuras femeninas

No podía escapar a las clausuras navarras aquella nueva realidad en torno a los temas de la infancia de Cristo. Todavía sorprende la cantidad de esculturas del Niño Jesús que se conservan en los distintos monasterios y conventos, aunque su número palidece respecto a las referencias sobre sus imágenes que nos proporciona la documentación. Todos los grandes santos y reformadores lo contarán entre sus temas predilectos, de manera muy especial santa Teresa. Pero fue en el periodo barroco, cuando el tema adquirió gran significación, como se puede observar en la creación de tipos iconográficos en las diferentes escuelas de la plástica española.

Entre las órdenes religiosas, destacaron las Carmelitas Descalzas. Dentro de sus filas y por inspiración teresiana, existe un sinnúmero de imágenes del Niño Jesús, en sus diferentes variantes, así como destacados religiosos que se destacaron en la difusión de su culto y devoción, como el padre Francisco del Niño Jesús, el hermano Juan de Jesús San Joaquín o la madre Ana de San Agustín, cuyas biografías, acompañadas de sus retratos se publicaron en pleno siglo XVII. De estos religiosos citados, hemos de destacar por su trascendencia en Navarra, la figura del hermano Juan de Jesús San Joaquín (1590-1669), natural de Añorbe, en donde aún se celebra al día de hoy una fiesta en honor de una imagen del Niño Jesús de 1631, estudiada por I. Urricelqui, con evocaciones al citado hermano.

Uno de los motivos por el que las clausuras femeninas se poblaron de pinturas y sobre todo de esculturas del tema, radica en el paralelismo establecido por algunos autores, sobre todo Jean Blanlo (1617-1657) en su libro L´infance chrètienne, entre las virtudes de la infancia de Cristo y los carismas y las formas de la vida contemplativa.

Las Carmelitas Descalzas de Pamplona y Corella, las Capuchinas de Tudela y las Agustinas Recoletas y de San Pedro de la capital navarra guardaron excelentes ejemplos tanto en madera como en estaño, éstos últimos de procedencia andaluza y copiando el famoso modelo de Martínez Montañés. Algunos de ellos conservan ricas peanas y almohadillas.

Las imágenes contaron con su ajuar de vestidos y mantos de los colores litúrgicos y, a veces, de las propias órdenes religiosas, no faltando coronas y potencias de plata y plata sobredorada, así como otras joyas para su adorno. Entre las más curiosas, destaca el Niño peregrino de las Clarisas de Olite, del segundo cuarto del siglo XVII, ataviado cual peregrino a Santiago con su sombrero de ala ancha, bordón, calabaza, cantimplora, conchas, esclavina, amuletos y calabaza. Proviene del monasterio de Santa Engracia de Pamplona, hoy Clarisas de Olite y es un signo de inculturación dentro de las tradiciones jacobeas. El rico vestido bordado con hilos de colores es de seda morada que habla de penitencia. Es posible que la imagen hubiese pertenecido a sor María Daoiz, fallecida en 1681, a los sesenta y seis años de edad y cuarenta y seis de vida religiosa. En su necrológica, amén de citar sus virtudes y el ejercicio de sus cargos, entre ellos el de abadesa, se afirma que ocupaba muchas horas en la oración y particularmente “en tiernísimas devociones que tenía al Niño Jesús”.

En muchas ocasiones, las esculturas no llaman la atención por su calidad artística y valor artístico, sino por su uso y función, así como los datos de su ubicación en las diferentes dependencias. Algunos, con procedencia cortesana e incluso hispanoamericana y filipina, se han podido fijar en su cronología junto a sus donantes y circunstancias curiosas y particulares de su llegada al convento. El culto de que eran objeto hasta hace unas décadas, habla de costumbres que otrora también se celebraban en los hogares. En las Carmelitas de Araceli de Corella, por ejemplo, los hay de madera policromada, de cera vaciada y de marfil. Todas esas esculturas tienen su apelativo que obedece a su ubicación (Noviciado, Locutorio, Cocinero, Refitolero …) o su origen (Francesito), a su apariencia (Rubito) o al donante (Duque).

Una versión del tema  del Niño Jesús es la que nos lo presenta triunfante sobre el pecado. El ejemplo más señero es una magnífica y delicada escultura dieciochesca, que se puede atribuir a Juan Antonio Salvador Carmona, hacia 1760 y que procede de las Capuchinas de Tudela, aunque se había atribuido a Risueño. Se presenta cual Resucitado, porta la cruz de la victoria y viste túnica blanca y manto rojo. Aparece arrodillado sobre el orbe y pisa una serpiente, animal que desde la maldición de Dios al hombre después del pecado original, (Génesis, 3, 14) ha tenido una connotación negativa y de pecado.

Otra versión que se presenta de la iconografía infantil de Cristo es el Manolito o pequeño Enmanuel, de la segunda mitad del siglo XVIII. El día de Reyes, en la tradición hispana, el Niño Jesús o Manolito recibe a los grandes de este mundo cual rey en su trono. Aparece sentado, en Majestad, con el orbe rematado en cruz y en el supremo acto de bendecir. Al igual que en otras imágenes se corona con los tres rayos de plata. La mística se basa en la idea de las tres potencias del alma: memoria, entendimiento y voluntad. Esta idea que ya se encuentra en Platón pasó al cristianismo, relacionándose con las tres personas de la Trinidad. San Buenaventura, en el Itinerario de la mente hacia Dios, considera la memoria como facultad e imagen del Padre, el entendimiento del Hijo y la voluntad del Espíritu Santo.

Los Niños pasionarios

Capítulo especial lo constituyen los denominados pasionarios, acompañados por las arma Christi y con rostros con lágrimas y coronados de espinas. A veces, acompañaban a imágenes de la Soledad. Las Carmelitas de San José de Pamplona, las Agustinas Recoletas y las Capuchinas de Tudela cuentan con varios ejemplares, tanto del siglo XVII como del XVIII. Sobre los pasionarios, es de obligada cita el texto del mercedario Interián de Ayala, en su obra escrita en el segundo cuarto del siglo XVIII y publicada en Madrid en lengua vernácula en 1782. En su texto afirma: “Vemos pintado con mucha freqüencia á Christo, como Niño, y aun como muchacho ya grandecillo, divirtiéndose en juegos pueriles: por exemplo, quando le pintan, que está jugando con un paxarillo, teniéndole atado con un hilo, y llevándole en sus manos; ó quando le pintan montado á caballo sobre un cordero, ó de otros modos semejantes. Todo esto, y otras cosas á este tenor son meras necedades, y bagatelas, como ya lo advirtió un grave Autor, y de eminente dignidad. No se ocupaba en esto Christo Señor nuestro, aun en la edad pueril: cosas mucho mayores, y mas graves revolvia en su mente santísima, con cuya memoria, á no haber sujetado sus pasiones con su soberano imperio, podia haberse contristado, y entristecido…. Por lo que, no es razon, que le imaginemos ocupándose en juegos pueriles, y de niños, sino en pensamientos, y meditaciones muy serias”.

A veces, el Niño pasionario duerme sobre la cruz y apoyado en una calavera, recordando el aforismo de nascendo morimur. Se trata de una práctica usual en el Barroco, según la cual se asocia principio y fin y se convierte en una premonición de la pasión, a través del brutal contraste entre la calavera y el gesto de placidez del Niño dormido. Esta iconografía, en todo ajena al relato evangélico, hunde sus raíces en las representaciones clásicas de Eros y Tánatos, retomadas a inicios del Renacimiento y reelaboradas desde la óptica cristiana. Concuerda la representación con un pasaje de la vida de san Juan de la Cruz en el convento de San José de Carmelitas Descalzas de Granada: “por las fiestas de Navidad de 1585, entrando fray Juan en la clausura, le muestran las monjas un Niño Jesús muy lindo: está recostadito y dormido sobre una calavera. Fray Juan emocionado ante la dulce expresión del divino Niño, exclama: Señor, si amores me han de matar, agora tienen lugar”. Estas imágenes del Niño Jesús de pasión con la calavera y la cruz, como recuerda el citado Interián “no tanto pertenecen a la historia, quanto son objeto de piadosas meditaciones”.

Los Niños postulantes

En algunas ocasiones, aquellas imágenes salían de la clausura para ir a la demanda, como ocurría con algunos que se veneraban en las Capuchinas de Tudela, conservados en sus urnas. Una plancha de grabado que acompañaba, a modo de cédula para repartir entre los donantes, lleva grabada la siguiente inscripción:

“Mis queridas mis esposas
desde Tudela me enbían

y en vuestra piedad confían.

¡O amas tiernas y piadosas!

Dicen todas congojosas

que han caído en fatal olvido

y como yo de ellas cuido

como amante enamorado

a tí que tanto te he dado

una limosna te pido”

Pese a que la plancha está encabezada por un pequeño Corazón de Jesús con todos los elementos de su simbología y pese a haber sido el convento de Tudela abanderado en la nueva devoción deífica, el texto de la inscripción parece estar destinada a los benefactores de las Capuchinas de Tudela. Concretamente, parece destinada a repartirse por parte de los hermanos y donados de la casa en sus “veredas” a lo largo de Castilla, Vascongadas, Aragón y Valencia, a donde acudían a recoger frutos y limosnas para las religiosas, acompañados siempre por los famosos Niños Jesús en sus capillitas, cual limosneros en continuo viaje.